sábado, 8 de enero de 2011

Bartolo

© Bartolo


Por Alberto Andrade

Bartolo, como era mejor conocido ahora, vivió siempre alejado de la realidad, haciendo de su vida una ficción. Nunca imaginó que pasaría a ser un objeto, un adorno que estaría en medio de una plaza de museo día tras día mientras durara su carapacho de contextura broncínea, ocupando el lugar de su padre Bartolomeo Irriso.
Apenas se dio la desaparición física de Bartolo, lo colocaron en medio de la plaza de museo para que ocupara el lugar de su nuevo destino. No pudieron tomar la imagen del padre porque había sufrido severas heridas en la cara que lo desfiguraron y no había fotos de él antes de eso. Sin detenerse a pensar en las consecuencias, cosa que nunca hacía, el hijo accedió a dar la cara al padre. Esperaron que tuviera casi la edad en que el padre murió para hacer el molde del busto. Éste fue colocado en el pedestal después que murió el hijo porque según la ley del lugar nadie puede tener un busto en vida porque se volvería egocéntrico. En todo caso era un reconocimiento póstumo al padre aunque fue la imagen del hijo la que tomaron. Colocaron el resumen biográfico del padre, además de una diplomática y elocuente jalada de mecate, en una placa con letras pequeñas que nadie alcanzaba a leer y el nombre completo justo en el lugar donde debería estar el medio pecho que le faltaba.
Al padre era a quien le correspondía el honor por haber dejado la propiedad destinada al museo. Si el padre se la hubiera dejado la habría vendido para no tener que trabajar tanto, decía Bartolo. Luego en una carcajada aclaraba que, menos que nada no se puede trabajar. El padre lo castigó, molesto porque el hijo era un bohemio que nunca lo ayudó a aumentar la fortuna sino todo lo contrario. Bartolo, personaje singular, cumplidor cabal de ningún rol, ni siquiera ahora en el de busto de plaza, pensaba que no era nada honorable lo que le habían hecho. No le gustaba estar y ser el centro de    aquella plaza de museo, depositario de excrementos de aves, de las cuales no podía defenderse por no tener brazos aunque tiempo después se acostumbró y anhelaba a esas compañeras cuando no estaban. Sufría los embates del sol, de la lluvia, del viento que traía la tierra y cualquier objeto que fuese capaz de levantar y lanzarlo contra él. Incluso un paracaidista se estrelló de culo en su cabeza y le pareció por el olor que aquel hombre no había podido contener el miedo y se le había salido del cuerpo. Sólo falta que un avión o una nave espacial lo choque, pensaba entre irónico y resignado.
Ni hablar de lo que opinaba de las personas encargadas de limpiarlo. Lo asean es cierto, pero luego colocan sus instrumentos encima de él, sus paños, sus gorras que le desagradan tanto y no le permiten ver. Además que como creen que nadie les escucha tienen las conversaciones más aburridas, vagabundas y locas que se puedan dar alrededor de quien escucha sin que aquellos puedan saber que los oyen. Al principio todavía intentaba cortar el palabrerío pero luego desistió, era inútil, jamás lo escucharían.
Había otro asunto que no le terminaba de gustar de esas personas. Por culpa del descuido en el mantenimiento de las inscripciones, ahora lo llamaban Bartolo. El resto de las letras del nombre del padre se habían borrado con el paso del tiempo, lo único que había sobrevivido era Bartolo. Los limpiadores, a todos quienes les preguntaban por el nombre del personaje, le daban el nombre que conformaban las letras que quedaban.
La reflexión no había sido su fuerte pero ahora que era un busto, tenía todo el tiempo del mundo para eso. Bartolo se preguntaba porqué no colocaban en las plazas, grandes símbolos, como un sol o una luna, una representación del planeta tierra o simplemente una fuente, aunque luego la descuidaran y pasara a ser una fuente seca. O porqué no colocaban una gran chupeta o un globo a su lado que atrae más niños que esa cara seria de expresión interesante como la que le habían puesto o que esas inscripciones maravillosas, con textos positivistas, exaltados y enaltecedores de orgullos pendejos. Preferiría tener la cara pintada con una sonrisa de oreja a oreja e imborrable como la de un payaso.
Ahí seguía Bartolo, sólo cabeza y sombrero aunque nunca le había gustado usar nada parecido por ser cabezón, medios hombros y medio pecho, expuesto además a quedar con media cabeza de tanto objeto que lo chocaba de vez en cuando, sin brazos para espantar todo lo que lo agobiaba externamente, pero con alegres y vivas memorias. No tenía una vida en el sentido que le dan normalmente, sino una existencia muy propia, la de Bartolo.
En opinión de algunos, aquel busto a veces parecía moverse, hacer caretas y expresar emociones, pero luego concordaban que eso era imposible e ilógico ya que sólo era un busto.


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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me ha gustado este Bartolo, reflexivo y conmitante.
Ahora soy capaz de ver mejor la de Bartolos que hay en las esquinas con que se cruza mi vida.

Alberto Andrade dijo...

Hola, muchas gracias por leer a mí Bartolo. Siempre me ha llamado la atención esos seres estatificados, representantes de otros, nunca de sí mismos, que otros admiran por quien representan y nunca por ser ellos mismos... y en un ejercicio de abstracción me he preguntado como me sentiría si fuese un busto... Gracias por la visita, el comentario, y esta es su casa... vuelva cuando quiera... Saludos cordiales.

Es más fácil... dijo...

Sin duda dura es la vida de un busto. Y que decir de una estatua de esas tipo griega o romana, escasa de ropa. Sin duda darían mucho más juego a tu talento innato. Me gusta el sentido del humor con el que impregnas el texto. Me gusto leerte y por aqui me quedo, saludos. Un abrazo. Juan

Alberto Andrade dijo...

Hola Juan, gracias por dedicar unas palabras a Bartolo. Se las haré llegar. Me parece que me sugieres un cambio de foto, sí, tienes razón, esta fue arreglada en apuro para colocar una foto. Pero no termina de gustarme... cuando encuentre una mejor, hago el cambio. El humor bonachón es propio de Bartolo. Bienvenido a Informe-opus. Un gran abrazo.
Alberto Andrade